En estos comentarios, por lo general, damos cuenta de algunos aspecto positivos y negativos que ocurren en nuestra ciudad, la zona y el país, sin embargo hoy quiero referirme a un hecho mundial que ocurrió hace casi 20 años….La muerte de Karol Wojtyła, conocido universalmente como el Papa Juan Pablo II, marcó un antes y un después en la historia contemporánea. Fue el 2 de abril de 2005 cuando el mundo entero quedó sumido en un profundo silencio, un momento único en el que la humanidad pareció detenerse. Líderes políticos, religiosos y millones de fieles de diversas creencias se unieron en un luto colectivo que trascendió fronteras, credos e ideologías. Nunca antes, y difícilmente después, un líder mundial había logrado convocar tal unanimidad en el sentir global.
En Chile, su partida también fue sentida con intensidad. La figura de Juan Pablo II no solo simbolizó esperanza en momentos difíciles, sino que dejó una huella indeleble en nuestra memoria colectiva. Su visita al país en 1987, cuando recorrió diversas regiones y llevó su mensaje de fe y reconciliación, aún es recordada con emoción. Especialmente significativo fue su paso por Temuco, donde saludó al mundo mapuche pronunciando palabras en mapudungun, un gesto que resonó profundamente en las comunidades indígenas y en quienes lo acogieron con respeto, independientemente de sus creencias.
La vida de Juan Pablo II fue un testimonio de resiliencia y entrega. Habiendo crecido en la Polonia ocupada durante la Segunda Guerra Mundial y soportado la pérdida de su familia a temprana edad, su trayectoria estuvo marcada por la lucha por la justicia social y el cuidado de los más vulnerables. Fue un hombre que no temió llorar frente a las injusticias del mundo y que, en su papel de líder de la Iglesia Católica, suplicó por los pobres, los marginados y los oprimidos.
Su canonización, apenas nueve años después de su muerte, no sorprendió a quienes habían seguido de cerca su legado. Fue reconocido no solo por sus seguidores, sino también por aquellos de otras creencias, quienes vieron en él una figura de paz y unidad. Los milagros atribuidos a su intercesión no hicieron más que reforzar su lugar en el santoral cristiano.
Hoy, a casi 20 años de su partida, es imposible no recordar el impacto que tuvo en nuestra región y en el mundo. Nosotros, por ejemplo, conservamos como un tesoro histórico el documento de su bendición apostólica enviado a esta emisora en los primeros meses de su puesta en el aire. Ese gesto, pequeño para algunos, pero grande para nosotros como radio, sigue siendo un símbolo de la conexión que logró forjar incluso en los lugares más apartados.
El legado de Juan Pablo II va más allá de su papel como pontífice. Fue un líder excepcional, un hombre de fe profunda y un símbolo de esperanza en tiempos oscuros. Su muerte dejó un vacío que se sintió como un eco interminable en todos los rincones del planeta. Cuando el cardenal vicario de Roma anunció que había «regresado a la casa del Señor», no solo se cerró un capítulo en la historia de la Iglesia, sino también en la vida de millones de personas que lo vieron como un faro de luz en medio de la tormenta.
Hoy, recordarlo no es solo un ejercicio de nostalgia, sino un acto de reflexión sobre la fuerza del liderazgo basado en el amor, la compasión y la búsqueda incansable de la paz. Juan Pablo II no fue un Papa común; fue un testigo del poder transformador de la fe y un ejemplo de humanidad en su máxima expresión.