Escribe: Mario Grandón Castro
Tras haber hecho mi primera comunión en la Parroquia del Sagrado Corazón, en el Barrio Ultraestación de Victoria, con el “Cura Negro”, (le llamaban así pues vestía sotana negra) el padre Héctor Montecinos Parra y después de un par de meses de instrucción, pasé a formar parte del grupo de acólitos de dicho templo parroquial, no tenía más allá de 10 años, en tanto mi hermano un poco mayor, Julio, ingresaba allí mismo a la JEC, Juventud Estudiantil Católica, un grupo de jóvenes de educación secundaria, que ayudaban al Padre Montecinos en labores apostólicas, especialmente en el área rural de la comuna.-
Después con mi hermano menor, Carlos, que estaba en el seminario de los Mercedarios, ubicado allí en calle Urrutia, llegamos, no sé cómo, a ser acólitos en el Colegio Santa Cruz; Carlos siguió en el seminario y yo me quedé allí, como sacristán, por 11 años, sé que llegué a reemplazar a Gabriel Romero, hoy profesor y fotógrafo de corte internacional, quien había reemplazado a su hermano Pedro.-
Allí estuve y creo que fueron los días más felices de mi infancia y parte de mi adolescencia.

Era el sacristán de los capellanes del Colegio Santa Cruz, el padre Efrén María, padre Vicente, el padre Gaspar, sus apellidos no me acuerdo, solo sé que eran alemanes, los dos primeros capuchinos; también recuerdo al padre Carlos Riquelme, estuvo un corto tiempo, no era capuchino, pero pertenecía al Vicariato Apostólico de la Araucanía.- En más de una ocasión ayudé la Misa a Monseñor Sixto Parzinger y a Monseñor Bernardino Piñera Carvallo, cuando visitaban el convento.
En mi mente aún conservo la historia que me contaba el padre Vicente, fue cofrade del Padre Pío; allí supe de sus estigmas, de su devoción a la Virgen María y de su entrega hacia los demás…(en principio no le creía los hechos, que en sus manos, pies y costado brotaban heridas, similares a las de Cristo en el calvario; yo creía que eran inventos, hasta que me regaló una revista de Vidas Ejemplares y pude verificar su historia).-
Todos los días de lunes a sábado Misa a las 6,55 y el domingo a las 10,00 horas, los primeros viernes de cada mes misa a las 11,00, yo estudiaba en el Instituto Victoria y cuando estaban de “buena”, el padre Sanhueza o el padre Muñoz, me autorizaban salir cinco minutos antes, llegaba jadeante al Santa Cruz; debía correr cinco cuadras, para entrar por la puerta de Sor Laura.-
Creo y estoy convencido que el paso por el convento de las Hermanas Maestras de la Santa Cruz, marcaron un tanto mi vida, a las enseñanzas de mis padres, Manuel y Genoveva, se suman los valores y enseñanzas de las Monjas, que sin ser alumno del colegio, (no se aceptaban varones, los únicos hombres que ingresaban allí eran algunos maestros carpinteros y pintores, el sacerdote y yo, el sacristán); valores que conservo y trato de transmitir también a los míos, honestidad, perseverancia, esfuerzo, empuje, humildad, dedicación y cariño por las cosas que haces y por sobre todo observante de Dios.-
DE LAS RELIGIOSAS

Recuerdo con especial cariño y afecto a las religiosas que estaban allí en esa época, la Madre Sofía, que fue la Provinciala, murió en un accidente carretero por allá por Talca, Sor Teodora la Directora, Sor María Asunta, Sor Petrina, era la monjita de la huerta,(me convidaba grandes repollos), Sor Laura, Sor Leonarda, Sor Gonzaga, Sor Consuelo, Sor Consolata, que era victoriense, de la familia Staub, Sor Anita, que después abandonó los hábitos, la vi alguna vez por Collipulli y Sor Estanislaus, que era la sacristana, ella se encargaba incluso, junto con algunas postulantes, entre ellas, la Hermana Jacinta, de hacer las hostias y mantener los ornamentos y la limpieza del presbiterio y todo los utensilios que se usan en una celebración religiosa, copón, candelabros, velas, cáliz, patena, campanilla, matracas, purificadores, vinajeras, agua y el pequeño receptor para el lavado de manos.-
Más arriba menciono a la postulante hermana Jacinta, creo que llegó a ser provinciala, no estoy seguro. Junto a ella recuerdo a Teresa Rhodes y Anita Navarrete.-
LAS CHICAS DEL COLEGIO
Han pasado muchos años; como diría algún escritor, ha corrido mucha agua bajo el puente y no olvido esos años, el haber conocido a muchas niñas que allí recibieron la educación cristiana por sobre todo y mejores valores, como las hermanas Andrades-Fuentes, (la menor Nelly, molestosa con simpatía) las hermanas Fernández-Maldonado, que eran de Collipulli; las hermanas Borgeaud-Rebolledo y Bustos Seitz de Ercilla; las hermanas Servanti, otras niñas que solo recuerdo sus apellidos, Smith, Cretton, Delarce, Meier, Faret Mermoud, Meynet, Alister González, Espinoza, Carreño, Villarroel, Arias, Rivas, Lacoste, Schneider, las hermanas Martínez, Alcoholado, Oriana Mejías y muchas otras que la nebulosa del tiempo me ha hecho olvidar y NO olvido al grupito que me hacía “BULLING”, con aquello de “Toca la campanilla tilín tilín, tilín tilan…como me gusta el sacristán…”, un bulling en la buena, eso si.-
ANECDOTARIO
Muchas fueron las «planchas» pasadas como sacristán…La noche de la luz, minutos previos a la ceremonia del Gloria, en Semana Santa, llevaba yo el incensario, donde el sacerdote colocaba los granos de incienso para las bendiciones, este incensario llevaba brazas de fuego, el que había que “avivar” para que no se apagara, moviendo de un lado a otro, el artefacto de bronce, fue tanto el empeño que puse para que no se apagara que lo pasé a golpear con una de las bancas de la capilla del Colegio, que eran de color negro, por supuesto las brazas saltaron a la cresta, sor Estanislaus, (la sacristana)muy cerca las tomaba como podía y las volvió a colocar en su lugar.- En otra, me pisé la túnica en los momentos que portaba el pesado misal, bajando las escalas del altar, para trasladarlo al otro lado, me fui a tierra, el misal saltó lejos y el atril portador de fina madera, destruido. –
